24 de junio de 2012

Seis meses ya...

Han pasado seis meses desde las elecciones generales que conllevaron un cambio de Gobierno en España. Un período lo suficientemente intenso para no resultar indiferente a nadie, donde se han tenido que tomar decisiones muy dolorosas en espera de un beneficio para toda la colectividad. También es un período donde se ha visto la cruda realidad en la que estamos, sin palabras bonitas ni tapujos, lo cual hace que la sensación de desánimo sea mayor.

No vamos a escudarnos, como siempre, en la ya tan famosa herencia recibida. De tan evidente resultaría cansino. Sólo recomendar la lectura de un libro titulado “El declive de los dioses”, escrito por Mariano Guindal (nada proclive a ensalzar al PP, por cierto), y se podrá ver en manos de quién hemos estado gobernados en los últimos siete años y medio.

Desde estas mismas páginas ya dijimos que el trabajo que se avecinaba era inmenso, y que el resultado de las medidas a tomar por el actual Gobierno central era a medio y largo plazo. Pensar que en seis meses iba a estar todo solucionado es una necedad lamentable, por más que desde posiciones zurdas ahora se rasguen las vestiduras porque todo siga igual o, según ellos, peor que antes. Es un sofisma de manual, y de tan ridícula que es la afirmación que no vale la pena ni refutarla.

Tampoco ha sido nada agradable ver la reacción, en algunos casos desproporcionada, sobre las medidas emprendidas hasta ahora y que afectan a aspectos del denominado estado de bienestar. Hay quien se cree que se toman estas medidas con gusto, casi con sadismo, lo cual resulta sencillamente patético. Nada gustaría más que mantenerlo todo como hasta ahora, pero resulta que no puede ser, porque la caja está vacía. En este caso, no está de más una apretada de cinturón para, con el tiempo, volver a los niveles anteriores. Esto, que cualquier economía familiar entiende, resulta intolerable para ciertas posiciones izquierdosas. Más lamentable es cuando por su falta de rigor se ha llegado a esta situación, pero ya hemos dicho que no hablemos de herencias.

Tenemos un caso en Castellar bien reciente. Con motivo de las reformas en el área de educación, uno de los aspectos más llamativos es el aumento de alumnos por aula. La reacción casi unánime es que se iba a acabar con la enseñanza pública, lo cual puede calificarse como de exagerado, entre otras cosas. La realidad cuál ha sido: que no se ha llegado a los coeficientes asignados. Entonces, cabe preguntarse ¿había para tanto? ¿No sería mejor reflexionar antes sobre la materia que se tercie, antes que llamar a rebato? Cuidado con estas cosas porque decisiones irreflexivas pueden llevar a consecuencias indeseadas, y la historia bien reciente está llena de casos ilustrativos.

Insistimos, son tiempos duros en los que conviene hacer una serie de ajustes más o menos dolorosos, no porque lo manden desde Europa, sino por nuestra propia supervivencia. Y los resultados no son de hoy para mañana, más quisiéramos, pero hay que dar tiempo al tiempo. Cuánto durará esta situación no lo sabe nadie, pero se están poniendo las bases para superarlo y conviene actuar con prudencia desde todos los ámbitos ciudadanos. Se impone la reflexión, no el apocalipsis.

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