Han pasado seis meses desde las elecciones generales que conllevaron un
cambio de Gobierno en España. Un período lo suficientemente intenso para
no resultar indiferente a nadie, donde se han tenido que tomar
decisiones muy dolorosas en espera de un beneficio para toda la
colectividad. También es un período donde se ha visto la cruda realidad
en la que estamos, sin palabras bonitas ni tapujos, lo cual hace que la
sensación de desánimo sea mayor.
No vamos a escudarnos, como siempre, en la ya tan famosa herencia
recibida. De tan evidente resultaría cansino. Sólo recomendar la lectura
de un libro titulado “El declive de los dioses”, escrito por Mariano
Guindal (nada proclive a ensalzar al PP, por cierto), y se podrá ver en
manos de quién hemos estado gobernados en los últimos siete años y
medio.
Desde estas mismas páginas ya dijimos que el trabajo que se avecinaba
era inmenso, y que el resultado de las medidas a tomar por el actual
Gobierno central era a medio y largo plazo. Pensar que en seis meses iba
a estar todo solucionado es una necedad lamentable, por más que desde
posiciones zurdas ahora se rasguen las vestiduras porque todo siga igual
o, según ellos, peor que antes. Es un sofisma de manual, y de tan
ridícula que es la afirmación que no vale la pena ni refutarla.
Tampoco ha sido nada agradable ver la reacción, en algunos casos
desproporcionada, sobre las medidas emprendidas hasta ahora y que
afectan a aspectos del denominado estado de bienestar. Hay quien se cree
que se toman estas medidas con gusto, casi con sadismo, lo cual resulta
sencillamente patético. Nada gustaría más que mantenerlo todo como
hasta ahora, pero resulta que no puede ser, porque la caja está vacía.
En este caso, no está de más una apretada de cinturón para, con el
tiempo, volver a los niveles anteriores. Esto, que cualquier economía
familiar entiende, resulta intolerable para ciertas posiciones
izquierdosas. Más lamentable es cuando por su falta de rigor se ha
llegado a esta situación, pero ya hemos dicho que no hablemos de
herencias.
Tenemos un caso en Castellar bien reciente. Con motivo de las reformas
en el área de educación, uno de los aspectos más llamativos es el
aumento de alumnos por aula. La reacción casi unánime es que se iba a
acabar con la enseñanza pública, lo cual puede calificarse como de
exagerado, entre otras cosas. La realidad cuál ha sido: que no se ha
llegado a los coeficientes asignados. Entonces, cabe preguntarse ¿había
para tanto? ¿No sería mejor reflexionar antes sobre la materia que se
tercie, antes que llamar a rebato? Cuidado con estas cosas porque
decisiones irreflexivas pueden llevar a consecuencias indeseadas, y la
historia bien reciente está llena de casos ilustrativos.
Insistimos, son tiempos duros en los que conviene hacer una serie de
ajustes más o menos dolorosos, no porque lo manden desde Europa, sino
por nuestra propia supervivencia. Y los resultados no son de hoy para
mañana, más quisiéramos, pero hay que dar tiempo al tiempo. Cuánto
durará esta situación no lo sabe nadie, pero se están poniendo las bases
para superarlo y conviene actuar con prudencia desde todos los ámbitos
ciudadanos. Se impone la reflexión, no el apocalipsis.
24 de junio de 2012
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