4 de julio de 2014

Monarquía parlamentaria

El pasado 19 de junio se produjo un hecho excepcional en cuanto a su propia naturaleza: la proclamación del nuevo Rey de España en la persona del hasta ahora Príncipe de Asturias, D. Felipe de Borbón, ahora ya Felipe VI. Tranquilos, vamos a ahorrarles proclamas laudatorias de la monarquía y de vivas al Rey que debieran ser absolutamente normales pero que, por esa manía tan española y catalana de dar demasiada cancha a las minorías vocingleras, se da más relevancia a la marginalidad que a la normalidad democrática. Qué le vamos a hacer.



Lo que sí ha llamado poderosamente la atención de todo este proceso, desde el anuncio de abdicación del anterior monarca hasta la proclamación del actual, son dos actitudes muy comentadas pero que, a su vez, muestran una preocupante falta de sentido de la realidad aplastante. Por un lado, el tan cacareado referéndum que algunos han querido plantear, aprovechando que el viento venía de cara, sobre la forma de Estado. Por poner un ejemplo, no hace tanto tiempo se produjo este mismo relevo en Holanda, país nada dudoso en cuanto a su solidez democrática y se llevó con total naturalidad. Ahora nos ha tocado a nosotros, y lo que debiera haber sido una muestra más de la solidez de nuestras instituciones y de madurez democrática ha hecho correr ríos de tinta de forma absolutamente artificial, con argumentos de lo más peregrino para crear polémicas donde no debe haberlas. Todo el mundo ha podido percibir claramente las diversas posiciones de cada uno, por lo que no hay que ahondar en el tema. Es ciertamente lamentable que se aduzca la democracia popular sólo para lo que a algunos les interesa, pero esto es lo que hay.




El otro punto curioso ha venido desde Cataluña, cuando también aprovechando el devenir de los acontecimientos se insinúa que el nuevo Rey debe hacer de mediador en el llamado conflicto catalán, lo cual ya resulta increíble. Primero, porque no deja de ser curioso que el pirómano ahora quiera que otros a quienes ha menospreciado vengan a solucionarle el desaguisado. Postura muy catalana, por cierto. Pero lo más sorprendente de esta postura es que en una monarquía Parlamentaria la figura del monarca no tiene más atribuciones que las meramente representativas y una supuesta influencia moral que le permitiría ejercer de árbitro de la situación. El conocido “el Rey reina, pero no gobierna”. Por tanto, pedirle con tanto descaro que intervenga en la vida política no es sólo un desconocimiento de la realidad que nos envuelve (caso de Holanda otra vez), es que muestra una mala fe impresionante por parte de quienes lo profieren, y un simple repaso a la historia de España en el siglo XX aclararía muchas de estas cosillas.




Se ha abierto una nueva etapa histórica que promete ser apasionante. Dejemos que la figura de este nuevo Rey vaya desarrollándose con el paso del tiempo.

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