14 de diciembre de 2014

¿Puede haber consensos?

Si se echa un vistazo al ambiente político general tanto español como catalán comprueba que uno de los mayores defectos engendrados en los últimos años es la perversión general del lenguaje. Palabras mágicas que en su momento resultaban poco menos que la panacea de todos los males se han visto totalmente vaciadas de contenido por la cortedad visual de quienes más las utilizan. Ejemplos los hay a montones, pero queremos hacer incapié en una especialmente maltratada como es el consenso.
Palabra mágica donde las haya, resulta la solución perfecta ante cualquier disputa. Tan sólo basta entablar negociaciones para llegar a un acuerdo que beneficie a todos por igual y tan amigos como siempre. Lástima que del dicho al hecho haya un largo trecho. Curiosamente, quienes más utilizan esta palabra suelen ser quienes no tienen el poder de decisión y buscan desesperadamente sus cinco minutos de gloria aludiendo a unos acuerdos en ocasiones imposibles, principalmente porque el contrario suele disfrutar de una cómoda mayoría en su ámbito de actuación y no precise de la ayuda de tan ávido colaborador. También puede darse el caso contrario, cuando buscando ampliar su base de legitimidad quien goza de esa amplia mayoría busque el acuerdo con los contrarios no se sabe muy bien por qué. Una cosa es negociar para recoger el mayor número de inquietudes, ideas y sugerencias, y otra muy distinta hacer caso a todo el mundo llegando a desnaturalizar tu propia propuesta.
Ejemplos los tiene cada uno en su memoria, pero hay una tercera situación en la que resulta denigrante cómo se ha malbaratado el consenso en aras de intereses partidistas frecuentemente absurdos y que además muestran a las claras la indigencia intelectual de algunos. En ocasiones, cuando se trata de defender el interés general más allá de las triquiñuelas partidistas, es convenientemente dejar a un lado las disputas y buscar como sea el acuerdo general, lo cual tampoco significa la unanimidad, por cierto. Lamentablemente, se comprueba con demasiada frecuencia que por tácticas claramente electoralistas algunas formaciones políticas no aceptan el bendito consenso, ni siquiera su discusión, cuando el riesgo de esa falta de acuerdo puede ser nefasto para ellos mismos. Ya se sabe, "haz lo que diga, pero no lo que haga".
Que cada uno ponga los ejemplos que quiera en cada uno de los supuestos enunciados. Tampoco pretendemos dar lecciones a nadie; tan sólo abrir una serena reflexión sobre lo absurdo de algunas situaciones. A todos les gusta conseguir los acuerdos con la base más amplia posible, pero dejando a un lado que ello no siempre es posible tampoco es de recibo negarse a ello por motivos no siempre claros. Es responsabilidad de cada uno que el término "consenso" vuelva a tener el significado que siempre tuvo, y no la parodia en la que se ha convertido hoy en día.

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